ESPLUVINS, DESFILADERO MORTAL

UN DESFILADERO EN LA LEYENDA DEL SEGRE

Conducía en 1984 mi automóvil para pescar el acotado de Basella Oliana desde Nargó, un pueblecito adosado y colgado en las últimas rocas graniticas de la Sierra de San Juan donde el Segre se amansa por el pantano. La carretera es espantosa, repleta de curvas que bordean precipicios que obligaban al conductor a llevar una velocidad más que moderada para no despeñarse y caer sin remedio en las oscuras y profundas aguas del pantano. Bien pasado el puente dels Espluvins, siempre me fijaba en los grandes peñascos desprendidos de la Sierra de Turp que literalmente se desploman en las aguas del Segre. La visión era como la de un enorme conjunto de piedras abominables de dimensiones prehistóricas.

Muchos años más tarde, me pregunté por el origen de todo aquel pavoroso espectáculo y decidí investigar. Pere Bach me había hablado de la captura de una trucha de once kilos y medio en el Congost dels Espluvins a finales de los cincuenta, hecho que también contribuyó a incrementar mi curiosidad innata y empezar a investigar y estudiar todo aquel paraje, que ya de por sí quedaba envuelto en un cierto pavor, despertando sensaciones de oscuros y horribles sucesos.

El temible desfiladero se encuentra entre las últimas estribaciones de la Sierra de Turp y las paredes verticales de la gran montaña de Aubenç. Los acantilados de Aubenç presiden la carretera situada a la margen occidental del río mientras que el conjunto de grandes peñascos desprendidos de las montañas de Turp se situan en la margen oriental del río ahora pantano.

El escritor español Francisco Zamora, uno de los últimos ilustrados, escribe con gran acierto en su libro Diario de Viaje por Catalunya en 1788: “encontramos un paraje que se llama Espluvins y sale un viento de debajo el río, porque cuando lleva mucha agua se puede ver como la levanta. Este viento tiene el nombre de Espunyola… Más adelante se encuentra una especie de rebalsa de donde se saca la madera que se conduce, que después es arrastrada por un camino que hay en la banda oriental, donde se vuelva a lanzar al agua. Durante esta operación costosa se pierde madera por el agujero… de donde se dice que todo lo que cae dentro nunca más vuelve a aparecer”.

El diario La Vanguardia dice del lugar en 1896 refiriendose a la antigua venta dels Espluvins en el póstumo reportaje de la misma: “adosado a unos peñascos abruptos, hallábase prácticamente suspendido a gran altura sobre el lecho del Segre, que a gran profundidad se retuerce en su cauce estrecho y profundo, encajonado entre montañas escarpadas. Desde las montañas altísimas y escarpadas que servían de respaldar a la venta y que están recubiertas de espeso musgo, cae desde inmensa altura una cascada de agua que se desprende en hilos delgados, derivándose de esta circunstancia el nombre de Espluvins”

De aquí el acertado nombre en catalán de Espluvins que da forma en una sola palabra que define el final del proceso del agua que cae en forma de cascada de la montaña pero que una vez divida por la roca del acantilado en múltiples y muy finos hilos queda como una llovizna continua y persistente.

También el principe Felix de Lichnowsky, en sus memorias del sitio de Vielha por los Carlistas, también hace referencia que al llegar a Oliana “el valle se cierra como una muralla de rocas, dejando una estrecha obetura por donde se escapan las aguas del Segre. Aquí y allá encontramos casas aisladas, contruidas sobre trozos de granito que están colgadas como nidos de aguilas sobre las rocas y sirven de refugio a cazadores, arrieros y contrabandistas..”

El lugar en la actualidad sigue siendo muy salvaje y sobre todo nada acogedor. Mucho antes de contruirse la carretera de Oliana a Coll de Nargó en 1898, habia allí un Hostal construido literalmente como un nido de aguilas adosado a una de las paredes de los vetiginosos acantilados. El Hostal dels Espluvins fue construido a finales de 1780 y se accedia a él por un tortuoso y pedregoso camino que bordeaba el Segre. Era el único lugar donde pernoctar, alimentar a los caballos y mulas o descansar entre los dias de caza. También era lugar de encuentros entre contrabandistas y más tarde de partidas carlistas.

Fue precisamente allí donde se hospedó el Conde de España antes de ser asesinado en el Puente de Espía cerca de Nargó, y que curiosamente su cadáver maniatado apareció allí dias más tarde, arrastrado ocho quilómetros por las aguas del Segre. Este episodio sucedió en 1839 al final de la primera guerra Carlista. El Conde que tenia la reputación de sádico y asesino fue también horriblemente asesinado en el puente de Espia que cruza el Segre por sus aprensores estrangulándolo y acuchillandolo repetidamente para finalmente tirarlo del puente con una piedra atada en el cuello. El cadaver viajó bastantes quilómetros río abajo para finalmente quedar varado frente a la venta donde había pernoctado con sus aprensores días antes.

Desde el Hostal se podian contemplar los almadieros, en catalán Raiers, que bajaban los troncos de pinos del Pirineo transportándolos por las aguas del río, atados unos con otros en forma de balsa, pero que en este peligroso paso del Segre conocido por la Garanta, debian ser desatados y transportados penosamente por un sendero de la parte oriental del desfiladero para esquivar el espantoso remolino, donde todo lo que caía en él desaparecia para siempre.

En 1896 seguramente a finales del verano, se desataron unas terribles lluvias torrenciales en el Prepirineo Catalán, las montañas de Turp y Aubenç así como el calcáreo Cadí quedaron expuestos a un continuo bombardeo de lluvia torrencial que propició un enorme derrumbe de una parte de un acantilado de Aubenç. Cuatro mil toneladas de piedra arrastraron a todo el Hostal dels Espluvins con sus caballos, edificios y todo el personal hasta las aguas turbulentas y profundas del congosto del Segre convertido en un mar caótico por la lluvia. Allí desapareció para siempre el hostal y diez personas, entre los que se encontraban clientes y trabajadores de la venta, junto con sus caballos, mulas y todo el ganado de la finca. Solamente tres personas salvaron la vida, uno de ellos un arriero que pudo agarrarse a las ramas de una higuera que curiosamente resistieron a la apocaliptica avalancha. Los otros dos fueron el dueño del Hostal, Antoni Saña y su hijo que se encontraban en ese momento llevando unos animales a un cultivo cerca del hostal.

Las obras de la carretera que habian comenzado años antes se pararon durante muchos meses y hasta principios del próximo siglo no fueron finalizadas, llegando la carretera a la Seu en 1906.

El desfiladero dels Espluvins ahora tapado y oculto por las aguas del embalse sigue despertando temor y aún en mi última visita, pude sentir el viento de l’Espunyola en mi cara viendo como rizaba las aguas del embalse. Aparcando el coche en la orilla de la carretera pude observar los temibles acantilados y el conjunto de rocas milenarias que se sumergen en la orilla opuesta. El silencio es total, el viento y la absoluta aspereza intratable del lugar, envuelto en un cielo negro de tormenta, invitan a marcharme.

~Carles V.

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