LAS TRUCHAS MIGRADORAS

En Galicia, Cantabria y principalmente Asturias habitan peces anádromos que año tras año remontan sus bellísimos ríos para perpetuar la especie. Estas tres regiones de la península ibérica contienen unos paisajes inigualables en el extremo más meridional del continente europeo.

Suaves y ondulados montes y colinas con un sinfín de verdes que desembocan en el mismo litoral marino contrastando con el azul profundo del océano Atlántico. Verde y azul es el suave y prodigioso contraste de dos colores casi homogéneos que se funden en el bravísimo mar cantábrico. La sensación que despierta el mar es de un impacto indefinible. El mar es inmenso, misterioso, formidable, incalculable y de una indiferencia total. La hondura prodigiosa del océano es espantosa y siempre ha suscitado el más absoluto pavor.

Las costas de estas regiones cantábricas acaban frecuentemente en acantilados y roquedos vestidos de verdes y azules oscuros y entre esta complejidad rocosa de piedras afiladas desenlazan los ríos convertidos en rías marcadas constantemente por la influencia de las mareas.

Narcea, Sella y Cares; Eo, Tambre y Ulla; Deva, Pas y Asón; nombres cortos casi herméticos, de una antigüedad difícil de calcular y profundamente arraigados en una cultura ancestral donde la práctica de la pesca cala profundamente en un gran número de sus habitantes. La mayoría de casas y casitas de las aldeas circundantes tienen una o varias cañas de pescar detrás de la puerta. En ninguna parte de la península hay una afición tan desmesurada por la práctica de la pesca. La pasión y la afición para y por la pesca no la había conocido en ninguna parte del país. Salmones atlánticos, truchas, anguilas y lampreas cautivan a todas las gentes de la región. Hace muchos años llegué a uno de estos ríos cantábricos con mis bártulos de pesca con la intención de pescar una trucha de mar a mosca seca.

Cuando llegué a orillas del río no supe que hacer. Tan llano, tan liso y cristalino, tan verde oscuro. Me desconcertó completamente. Allí y allá lejos se vislumbraban tímidas cebadas de algunos peces sin que de ninguna manera pudiese calcular su tamaño. A la mañana siguiente volví al río y estaba cubierto por una lluvia finísima de sonido imperceptible pero que de no llevar una buena prenda acababas calado hasta los huesos.

-Es el orbayo señor y durará toda la mañana.

Aproveche para pescar porque este clima es muy bueno y les gusta a los peces.

-A sí?, así que se pesca bien.

-Muy bien cuando está orbayando.

-Sabe qué?, a mi mojarme no me gusta y además esto que me vendieron por impermeable en la tienda de la capital está completamente empapado de agua.

Así que cogí el coche y me fui río abajo donde el Sella se ensancha hasta un lugar llamado Toraño. Allí empezaba a salir el sol y la fastidiosa humedad en mi camisa había casi desaparecido. Me dirigí andando hasta el puente que cruzaba el gran pozo y allí es donde lo ví por primera vez. Había tres pescadores charlando en las inmediaciones del puente, todos con impermeables verdes y sombreros de agua del mismo color, uno de ellos lleva un pez colgando de la mano de un tamaño respetable. Era una trucha de mar. Alargada, plateada y de cabeza pequeña, con manchas en forma de X esparcidas en la piel. Nunca había visto una trucha así. Me fascinó completamente.

Al día siguente clavaba a mosca seca un pez del mismo tamaño que aquel, en el pozo del Alisu que después de un salto acrobático se soltó de una diminuta caenis que le había ofrecido en la cola del mismo. Pero el día después sucedió el milagro. Cuando me disponía a abandonar la pesca porque era ya de noche, vi una pequeña ceba cerca de una piedra de mi orilla y allí lance un pequeño trico que tragó como un santo y después de un continuo forcejeo logré pescarlo.

La trucha de mar no es un pez que destaque precisamente por su vistosidad, destaca por su esbeltez compacta, por su discreción, por su salvajismo y sobre todo por su escasez. En pocas palabras tanto ribereños como foráneos queremos pescar un pez enigmático y escaso. Para el pescador a mosca que haya pescado en cualquier rincón del mundo, nada mejor para un test personal y una cura de humildad cuando intente pescar uno de estos ejemplares de trucha marina a mosca seca.

A mosca seca, he aquí la clave. En ningún lugar del mundo que yo sepa se pueden pescar truchas marinas a mosca seca con hilos y líneas finas. La subida de una de estas truchas es muy especial. Suben a la mosca seca tímidamente casi en vertical, algunas veces desplazándose hacia atrás siguiendo la trayectoria de la mosca antes de engullirla y despreciando cualquier imitación que no sea oportunamente bien presentada. El más leve dragado de la artificial o simplemente un tenue e inadecuado giro de la mosca, provocarán el más absoluto rechazo. Y lo más indignante: mala presentación, rechazo y desaparición; al pez no lo volveremos a ver durante muchas horas. Definitivamente la trucha de mar es un pez terriblemente desconfiado y de una gran brutalidad si es apresado por un anzuelo.

Es por todos estos motivos y por su comportamiento tan impredecible y salvaje, que recomiendo a cualquier pescador a mosca que se precie, que intente pescar una de estas truchas en unos ríos absolutamente maravillosos rodeados de un ambiente de pesca formidable, en un paisaje de verdes infinitos entre aguas que huelen a salitre y fondos cubiertos por millones de guijarros en un omnipresente ambiente marino.

Hay una gran discusión desde siempre sobre la identidad de la trucha marina. Muchos aseguran que son truchas de río que migran al mar, otros que se trata de un cruce entre una hembra de salmón y varios machos de trucha atlántica y más aún: existen las truchas de ría que viven en un ambiente mixto de agua dulce y salada pero que se distinguen claramente de las truchas de mar por sus diminutas escamas plateadas en contraste con las escamas de mayor tamaño y más gruesas de la trucha marina. La trucha de mar es de carne roja como el salmón, en cambio la trucha de ría tiene la carne blanca. La trucha de marina cuando entra en el río no solamente es plateada sino que sus costados son azulados como los del salmón atlántico y cuando llevan tiempo en el río les ocurre lo mismo que al salmón: se tornan rojizas desapareciendo completamente el escamado plateado característico de los peces de mar.

La esencia de la pesca a mosca no reside en absoluto en el número de piezas conseguidas, sino en el cómo, en el qué y en el dónde. La pesca de la trucha de mar es extraordinaria para aquel pescador de mosca seca experimentado que busque un pez extraordinariamente difícil de ser engañado en un ambiente encantadoramente distinto que le exigirá ser paciente, preciso y constante tanto en los lanzamientos como en la elección de sus moscas artificiales y sobre todo en apreciar aquello que a veces se puede acariciar sin ser conseguido del todo.

~Carles V.

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