RÉQUIEM (primera parte)

 La esencia

Recuerdo a un río y a un chico con botas de media caña a la sombra de los alisos bañados por el sol de julio. Embrujado por la corriente como en un hechizo, con la única compañia del rumor del agua y una caña, lanzaba el aparejo a la otra orilla con la esperanza de la picada de un pez. Los sentimientos de un pescador son tan profundos que solo puede comprenderlos completamente otro pescador. El pescador auténtico es un ser que ama la soledad y la naturaleza en el estado más puro de esta. Su principal virtud es la capacidad de observación y el razonamiento de lo observado y vivido. Sabe que todo lleva su tiempo y por tanto no debe precipitarse, no tiene ninguna prisa.

 La estancia en el río es algo más que la propia pesca, va más allá. Acostumbra a bajar al río por los mismos senderos, los mismos que le han llevado entre prados y árboles viejos, hacia el mismo destino, apuntado tantas veces en sus pensamientos.

No hay el más mínimo atisbo de duda, mientras camina bajando sin prisas hasta el rincón soñado. El tiempo parece haberse detenido por unos instantes y parece tan imperturbable como el rumor de la corriente.

 Entre piedras milenarias y árboles caídos, corre el agua que oculta misteriosas formas y sombras fugaces. Cantos de pájaros y ruidos lejanos, se entremezclan con el rumor de la corriente. El sol de la tarde es un elemento decisivo. Cuando se oculta entre las cumbres de las montañas, todo el ambiente asiste a una calma apacible, muy confortable, solo perceptible por las propias criaturas de la naturaleza y todas aquellas almas puras que aman profundamente. Al final todo queda a oscuras, los árboles solo son sombras, el sendero apenas se ve, al fondo se dibujan las siluetas de las montañas a la luz de la luna. No hay miedo, solo paz, plenitud y el rumor lejano de la corriente.

Refugio en la corriente

Entre los murmullos del agua, envuelto en un silencio apacible y romántico y en una extraodinaria quietud, mira con emoción contenida las losas sumergidas en la profunda corriente envuelta por las sombras de los alisos. Es un lugar imaginado en los sueños que se presenta con la sencillez y la espontaneidad de la naturaleza; un refugio en la corriente.

Hay un tronco medio sumergido que se mueve arritmicamente por la fuerza del agua. El engaño cuidadosamente depositado en el misterio de las aguas oscuras, no es visto, sólo es percibido por la leve tensión del sedal. Un brusco tirón en el mismo instante que se adivina una silueta que a la luz se torna plateada, tira con fuerza y extraodinaria rebeldia. Ha picado un pez.

El reloj de la emoción se ha parado unos instantes, mientras el pez en un intento rebelde y desesperado, intenta desasirse del anzuelo que le aprisiona; se desliza entre el fondo pedregoso hacia la parte inferior de la losa, donde tiene su guarida. El pescador con la caña en alto amortigua las continuas acometidas del animal que no cesa en sus intentos. Poco a poco consigue despegarlo del fondo y sacarlo de su reducto.

Fuera del refugio, el agua es más lisa y poco profunda. Ahora lo ve con claridad. Es precioso. Un pez salvaje habilmente engañado y trabajado con la pericia y la astucia que sólo los miedos al desenganche y la escapada, hubieran hecho fracasar. El sueño se ha convertido en realidad.

Nada ha cambiado en el apacible rincón del río, todo sigue igual que unos minutos atrás; monótona y romántica sencillez, arrullos de tórtolas que indican el final del verano.

~  Carles V.

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