EL MENTIROSO, EL EXAGERADO Y EL ILUSO
En una ocasión un tipo me aseguraba que cada vez que pescaba sacaba un promedio de 100 truchas diarias. Yo le contesté: no tienes tiempo suficiente ni para cambiar de mosca. A un promedio de 2 minutos por pez, sin contar el tiempo en hacer nudos, reparar bajos de línea y encontrar la mosca adecuada, suman un total de 200 minutos, más 100 más por todos los necesarios cambios anteriores, lo que suman un total de 300 minutos, que traducidos en horas son un total de 5 horas sin parar de atrapar truchas y todas a la primera varada. Al final de cada jornada supongo que debía ir a un fisioterapeuta para relajar y sanar su agarrotada musculatura…
El fardón en cuestión tenía un negocio de pesca y supongo que le explicaba la misma historia a todos los que aparecían delante del mostrador, pensando que se creerían su cuento y le comprarían y le encargarían más material de pesca a mosca. El tipo tenía colgado detrás del mostrador un chaleco que estaba tan cargado de material que pesaba un quintal. Cuando le preguntabas como podía ir al río tan repleto de material que ni siquiera podría lograr encontrar, te respondía que él siempre iba a pescar con todo lo necesario, lo que me llevó a pensar que tal vez también habría pensado en llevar una tienda de campaña portátil por si los cien peces pesaran más de la cuenta y debiera pernoctar en el río.
Este individuo no solamente aseguraba que todo y cada uno de sus días de pesca eran así, sino que te miraba con cara de atónito si no le dabas el oportuno crédito.
La mejor defensa contra un mentiroso compulsivo es no hacerle ningún caso y el mejor ataque es sonreírle abiertamente. Los mentirosos compulsivos se creen sus propias mentiras y no son muy abundantes por suerte; digo por suerte porque es un auténtico coñazo escuchar un tipo explicándote un rollo semejante…casi mejor decirle que ya te lo contará en otra ocasión y salir pitando.
En la pesca de salmónidos a mosca, que es la única que practico, a parte de alguna salida esporádica y muy de año en año a las lubinas, lo que se tiende es a la exageración más o menos exacerbada, bien sea espaciada o continuada.
“Cogí unos peces enormes en el río tal y oye bien, no paraban de saltar, cebar y coger mi mosca especial, que monto así… y todo el cuento adicional”
O bien… en el lugar tal del río equis, me picó una trucha tan grande que medía casi un metro y debía pesar más de ocho kilos, en una ceba impresionante donde todo el río bullía de truchas grandes y enormes que no paraban de engullir moscas!
El tipo en cuestión no pescó nada, ni siquiera tiene una mala fotografía del lugar y del momento, y el súper espécimen era una trucha grande y hermosa que la fortuna había clavado en su anzuelo, le había partido el nylon porque era demasiado fino.
El buen hombre simplemente exagera lo que ha vivido, porque seguramente había peces grandes en actividad y donde se contaban cinco el contaba una docena y el que le picó le pareció tan grande y sublime que no dio crédito al pez que tenía enganchado al final del sedal. Seguramente balbuceó, tembló de emoción sin saber cómo hacer para llevar a tierra a ese pez grande que a él le pareció descomunal y cuando volvió a casa, el bienaventurado suceso se había trastocado a leyenda en las horas que pasó en el coche de regreso hablando por teléfono con el desgraciado al que le tocó escucharle.
Si se trata de un amigo que sabemos cómo es, lo mejor que podemos hacer es escucharle y preguntarle el lugar y sin reprocharle nada, sugerirle que el pez en la distancia parece mucho mayor de lo que es en realidad, que las apariencias engañan, pero que las emociones desbordadas que proporciona la pesca son fantásticas y que nosotros también queremos que nos pique un pez como aquel que pretendía pescar, aunque sea por una vez en la vida.
El iluso es aquel pescador al que le cuentan una historia o simplemente la lee en internet y se la cree a pies juntillas. Por ejemplo las pescas formidables en un río lejano en un país inhóspito. El hombre ahorra el dinero suficiente para ir a pescar a aquellas tierras lejanas con una fe y una ilusión de un niño que espera el regalo de Papá Noël, hasta que llega el día señalado en que emprende el viaje a esos maravillosos paisajes con ese río sublime lleno a rebosar de truchas y salmones enormes que en su vida han visto un anzuelo. El desventurado ya ha pagado e intenta pescar un pez enorme en un río que no es ni por asomo lo que le han contado o mejor dicho vendido. Al final regresa de su viaje sin haber conseguido esas pescas prometidas. Desangelado y un tanto triste, simplemente se consuela por no haber tenido mejor suerte, después de haber dedicado muchos días a la pesca en aquel río al que suponía infalible. Este hombre es un ingenuo.
Lo mejor de la pesca es saber que nunca sabes lo que puede llegar a ocurrir. Disfrutar de la tranquilidad del río y de la belleza del paisaje, la buena comida con hambre ganada en el río, los amigos y las picadas de los peces son los grandes premios de la pesca. Las expectativas y más aún, las falsas expectativas no son nada recomendables, vaya uno donde vaya. Los grandes planes también acostumbran a fallar muy a menudo. Ambas cosas son responsables de decepciones mayúsculas.
Uno va a pescar sólo o en buena compañía y con salud y ya está. Los grandes resultados, los peces colosales y los ríos infalibles solo existen en muy contadas ocasiones y en brevísimos espacios de tiempo.
~ Carles V.